Gonzalo de Rojas escribía allá por el año 1636 lo siguiente, refiriéndose alrenombrado mito de El Dorado: "En primer término, tenía que desplazarse al gran lago de Guatavita para efectuar ofrendas y sacrificios al demonio que la tribu adoraba como dios y señor. Durante la ceremonia que tenía lugar en el lago, construían una balsa de juncos que adornaban y decoraban con sus mejores bienes, colocando en ella cuatro braseros encendidos, en los que quemaban abundante moque - el incienso de estos nativos - y, también, resina y otras muchas esencias. El lago es grande y profundo, y por él puede navegar un buque de borda alta, cargado con infinidad de hombres y mujeres, ataviados con vistosas plumas, placas de oro y coronas de oro... Seguir leyendo