El 11 de agosto del 2009 un grupo de expedicionarios provenientes de distintos rincones del planeta llegaba finalmente a su destino propuesto: El Castillo de Ingapirka, Santuario del Joven Poderoso en Ecuador. Se alzaba frente a nuestros ojos un importante símbolo arqueológico que representa la grandeza del Imperio
Inca. Entre los expedicionarios estaba yo, observando con ojos tristes el desenlace de nuestro viaje, triste porque me había acostumbrado al estilo de vida que llevaba por semanas, a la gente, al olor, al sabor de los platos. No quería separarme de aquella tierra por eso una parte mía se quebraba. Seguir leyendo