En las culturas andinas se dice que como es arriba es abajo, y el cielo y el infierno solo pueden darse porque existe la tierra. La ciudad de Oruro (Bolivia), es mundialmente conocida por su carnaval, declarado obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad. Es la fiesta donde las creencias precolombinas, los ángeles y demonios católicos y las supersticiones mineras se confunden en una amalgama que solo se entiende si se la vive. En el carnaval de Oruro se presenta la lucha del bien y el mal, que se le escenifica bailando diabladas, caporales, morenadas, tinkus y otros ritmos, en una celebración compleja.
La diablada es el baile de los mineros en honor del diablo de la mina, el “tío”. Para los mineros no es una deidad mala. Los evangelizadores introdujeron el concepto que el mal vivía en las profundidades de la tierra, en la mina, y para contrarrestar se introdujo el fervor a la Virgen del Socavón. Los mineros juntaron las dos devociones. Bailan disfrazados de sus diablos y acuden con sus máscaras a la basílica del Socavón en Oruro.
La basílica está sobre una antigua mina, por lo que se dice que contiene los tres mundos: el de abajo, el de la tierra y el del cielo que se conecta a través de la Virgen de la Candelaria o del Socavón.
La Pachamama (Madre Tierra) es la fuente de vida que está entre el bien y el mal. Cuando concluye el ciclo agrícola, la Pachamama está cansada y desgastada por la cosecha, y se le hace ofrendas o pagamentos a fin de fortalecerla para la próxima siembra. Se hace una mesa llamada despacho, compuesta de hojas de coca, alimentos y unas tabletas blancas de azúcar (La Madre Tierra es dulce), donde se ponen figuras que representan deseos, de quienes hacen la ofrenda. Durante la ceremonia se “challa” licor, que consiste en rociar el suelo con una bebida, y brindar con la Pachamama. El pago a la tierra termina con la quema ritual de las ofrendas, para que así retornen al lugar de donde provienen, elevándose al cielo mientras las cenizas son enterradas en la tierra para completar el ciclo.
Entre el cielo y la tierra está el ser humano y sus convicciones. Y seguirá estando cualesquiera sean sus creencias, mientras eleve sus palabras y deseos sin miedo a traicionarse. (Óscar Jara Albán - Ruta Inka 2016)